SALA DE URGENCIAS

Reiko acababa de concluir la orientación a las recién llegadas enfermeras cuando, de repente, la puerta principal se abrió de golpe. Un joven, visiblemente agitado y descalzo, entró cargando en sus brazos a una mujer inconsciente, ambos empapados por la furiosa tormenta que azotaba el exterior. La mujer, según explicó el joven entre jadeos, había sido víctima de un accidente automovilístico. A pesar de sus propias heridas, menores en comparación, su preocupación era evidente.

Sin perder un segundo, el equipo de enfermería actuó con rapidez. Extendieron una camilla y depositaron con cuidado a la mujer sobre ella. Reiko, consciente de su singular habilidad de precognición, se enfundó en sus guantes protectores. Esta habilidad, aunque poderosa, tenía un coste físico para ella; el contacto con alguien que había sufrido un trauma desencadenaba una tormenta de recuerdos ajenos en su mente, tan dolorosos como cuchillas desbocadas.

Con los guantes puestos, Reiko palpó el pulso de la mujer. Nada. No había señal alguna de latido. Con determinación, comenzó a aplicar RCP, presionando el pecho de la paciente con un ritmo constante. Mientras lo hacía, su mente trabajaba a toda velocidad, considerando todas las posibilidades. ¿Qué debían hacer? ¿A quién llamar? El sanador no aparecía, y la posibilidad de que el puente hubiera colapsado bajo el peso de la tormenta o que los caminos estuvieran intransitables era real.

Fue entonces cuando la nueva enfermera, le informó que la situación era crítica y que necesitaban un sanador de inmediato. — Toma mi celular del bolsillo y presiona el 4 — instruyó Reiko con calma — Dile a quien te atienda que necesitamos un médico en el sanatorio Winderwing con urgencia, la llave del scooter negro esta en la pared del garaje, la que tiene el llavero en forma de tortuga — Mientras la enfermera novata seguía las instrucciones, Reiko continuó con las compresiones. Y entonces, casi como un susurro, un débil pero determinante pulso comenzó a hacerse presente bajo sus manos. Era débil, pero estaba ahí, luchando por aferrarse a la vida.

La sala de operaciones zumbaba con una urgencia que parecía resonar en las paredes. Reiko mantenía la calma mientras las manos expertas de Dong yi se movían con precisión para estabilizar la herida sangrante en la cabeza de la mujer.

La sala de emergencias estaba impregnada de una tensión palpable, cada segundo contaba y la ausencia de un sanador mágico solo añadía gravedad a la situación. Reiko había logrado reanimar a la paciente, pero la sombra de la muerte aún acechaba.

La puerta del pasillo se abrio,  Kim Hang Ah entró, su presencia era como un faro en la tormenta. Sus ojos escrutaron rápidamente la sala antes de posarse en el expediente de la joven, cuya vida pendía de un hilo tras el accidente en la tormenta. Reiko la observó, su mirada era un reflejo de la seriedad del momento.

— Aquí mismo — comenzó Reiko, su voz firme a pesar de la incertidumbre. — No poseemos un lugar propio para este tipo de urgencias — La pregunta de Kim Hang Ah sobre dónde operar a la joven había sido respondida con una realidad desalentadora.

El lugar era conocido por sus sanadores, médicos dotados de habilidades mágicas capaces de cerrar heridas que desafían la medicina convencional. Pero en ese instante crítico, no había ninguno disponible.

— Debemos salvarla con lo que poseemos en este momento —

declaró Reiko, su mirada no dejaba lugar a dudas. Era la expresión de alguien que confiaba plenamente en las capacidades de la otra persona. Esa confianza no era sólo producto de su habilidad precognitiva, sino también del vínculo que compartían, un lazo tan fuerte como el de hermanas, quizás incluso más.